Por: Rolando López del Amo
Raúl Ferrer perteneció a la estirpe de Rubén Martínez Villena. Ambos fueron poetas que subordinaron su quehacer literario a la lucha revolucionaria.
Comunistas, priorizaron el combate cotidiano a favor de la justicia social. Entendieron que la belleza mayor era el bien común. Rubén y Raúl siguieron la senda de ese extraordinario poeta que fue el Apóstol de nuestra independencia, José Martí, quien en carta a Antonio Maceo le aseguraba que el problema principal en Cuba era el social, más allá de la independencia política. El mismo Martí que un 25 de marzo hace ya ciento veinte años, en la última carta escrita a su madre antes de partí hacia Cuba irredenta para cumplir con su pueblo, le decía que había nacido de ella con una vida que amaba el sacrificio. El mismo Martí que a la muerte de Carlos Marx escribió que porque se puso del lado de los pobres merecía honor; los pobres de la tierra con los que Martí quiso –y así lo hizo- echar su suerte.
Tuve la suerte de conocer a Raúl Ferrer cuando yo era aún niño y él visitaba la casa familiar para hablar con mi tía Dominica del Amo Arrondo, maestra y comunista y primera Coordinadora General de la Ciudad Escolar Libertad, quien lo acompañó en las luchas sindicales del magisterio cubano. Dominica me contaba que Raúl Ferrer había sido maestro rural-ella también lo fue- y que para que sus alumnos más pobres, que andaban descalzos, no se sintieran inferiores en el aula, Raúl ideó que todos, alumnos y maestro, se descalzaran al entrar en el aula para que todos pudieran recibir los beneficios del contacto de los pies desnudos con la tierra. Así era la sensibilidad de este hombre.
Raúl Ferrer pudo vivir el triunfo de la revolución cubana del primero de enero de 1959 y dar un aporte invaluable. El fue el coordinador nacional de la campaña de alfabetización que, en solamente un año, convirtió a Cuba en el primer país libre de analfabetismo de nuestro continente. Después siguió el completamiento de la obra con la enseñanza obrero-campesina. Entre sus aportes estuvo también la campaña nacional para la promoción de la lectura.
El poeta que era se volcó en la poesía de los actos, de la acción transformadora para que el ser humano alcance su mayor altura, el grado más alto de su naturaleza. Por supuesto que no dejó de escribir poemas, porque eso es parte de la naturaleza del poeta, una necesidad siempre presente.
En ocasión de un viaje de trabajo al Japón, Raúl Ferrer escribió un poema que le dedicó a una pareja de diplomáticos cubanos destacados en ese país: José Armando Guerra Menchero y Mercedes Crespo Villate. Por cortesía de Mercedes, hoy conocida investigadora y escritora, transcribo a continuación ese poema inédito de Raúl Ferrer, conservado con celo por Mercedes. Sea su publicación un tributo al autor en el centenario de su natalicio.
Dedicatoria:
Para Guerra y Mercedes,
escribe mi hondo afecto
este poema. Tokyo, Agosto 1972.
Alta Ventana
En la jadeante noche japonesa
-Tokyo Kaikán y piso 37 -
estoy trepado en Kasumigaseki.
Sobre este sábado imposible
el piano va goteando el hiragana
contra el espejo roto de Tokío,
mar allá abajo en sísmicos diamante,
para doce millones de paciencia
mirando el centelleo de los kanyis...
La torre coquetea
envuelta en su collar de Mikimoto
ante el enorme Buda reflexivo
del Kasumiga-shó.
Toranomón es una flecha ardiendo
que hizo diana en la puerta del palacio
en donde un kamenlaire está de guardia.
En Ginza hieven las libélulas
mientras Fuji descansa en su yukata
fumando para el humo del domingo.
Los géyseres sulfúricos
son bonsais enanos
frente al tifón metálico de yenes
y el crisantemo de la polución...
´
Y yo estoy, desde agosto, en la ventana
para el turno de ver cuando florezcan
en el Japón de entonces
los cerezos.
Raúl Ferrer
Tokyo, agosto de 1972