Por: Jorge Gómez Barata
En cuestión de semanas la situación política de la izquierda en Sudamérica se invirtió y de la euforia se pasó a la preocupación. Tales son los elementos característicos de una coyuntura marcada por el espíritu de revancha con que la derecha se abalanza sobre los resortes del poder y la perplejidad de los perdedores que improvisan explicaciones y respuestas a situaciones que no previeron.
En Argentina y Venezuela los resultados de las elecciones presidenciales y parlamentarias respectivamente, fueron desastrosas, en Brasil Dilma se debilita ante el acoso desde la derecha y desde abajo; mientras Evo Morales se aventura a un referéndum para reformar la Constitución y reelegirse por tercera ocasión, cometido que genera debates, suma desgastes y en el cual se arriesga a perder dos veces.
Los análisis son diversos y parciales y en ausencia de un foro político común competente, predomina la dispersión. El hecho de que en ninguno de los casos estos resultados fueran esperados, evidencia la limitada capacidad para leer con objetividad la realidad social y conocer el verdadero estado de opinión y de satisfacción de las demandas de las masas. Eso es lo más preocupante.
Dependiendo de la capacidad de reacción de las vanguardias y del movimiento popular en cada país para encajar los golpes y reaccionar, puede tratarse de un revés táctico o de una conmoción estratégica. Hasta donde se percibe, en ninguno de los casos se había previsto un “Plan B”, lo cual obliga a improvisar. En estas situaciones, la improvisación no suele ser buena consejera.
En los diferentes casos, el autocontrol de daños, además de tratar de determinar los factores que condujeron a resultados en los cuales se constata que, décadas después de ejercer el poder, el capital político de la izquierda, expresado en el apoyo de masas y la capacidad para forjar alianzas, lejos de aumentar, ha disminuido.
Entre las causas se mencionan: la ofensiva política y mediática de la derecha local con apoyos externos, que en el caso de Venezuela configura una guerra económica y un clima de agresión. Se alude además a un presunto agotamiento del ciclo progresista y a errores en la conducción de los procesos.
Ningún análisis omite las tensiones económicas, políticas y sociales derivadas de la reducción de la demanda y de los precios de las materias primas, los alimentos y el petróleo, que constituyen el grueso de las exportaciones de la región.
A la reducción de los fondos para financiar programas sociales, el crecimiento del gasto público, pérdidas por la cotización de las monedas y en algunos casos endeudamiento, se suma la sangría y el desprestigio que añaden la corrupción, la burocracia y las manifestaciones de nepotismo.
Obviamente se trata de fenómenos multifactoriales en los cuales se combinan los elementos mencionados y otros, frecuentes en el entorno político latinoamericano donde, la democracia y los estados de derecho y sus instrumentos, entre ellos las constituciones y las elecciones adolecen de carencias y son cooptadas por intereses espurios o circunstanciales.
Un elemento que no debería ser subestimado es el carácter nacional, no clasista de los procesos conducidos por la izquierda, que asume el poder mediante elecciones y necesita objetivos capaces de servir de base para amplias plataformas, promover la movilización de diversas capas y clases sociales y forjar alianzas circunstanciales y estratégicas. No obstante los reveces, las segundas oportunidades están a la vista. Allá nos vemos.
miércoles, 16 de diciembre de 2015
CONTROL DE DAÑOS
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