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jueves, 16 de febrero de 2012

LA UNIDAD

p1070371_thumb[8] Por: Eduardo Del Llano

Hay que estar unidos frente al enemigo. Tenemos que ser un pueblo unido para hacer la Revolución.

A ver, analicemos eso. El reclamo de unión y la unión misma tienen sentido en el contexto de una trinchera: hay que hacer caso a los jefes sin discutir, ningún ejército puede ser democrático. La unión también es clave para obtener la independencia de una metrópoli o para que los miembros de una clase o grupo social consigan un poco de justicia. Veo lógica la alianza, la mancomunidad de países con determinadas posiciones afines.

El llamado a la unidad en torno a un núcleo que asegura saber lo que está haciendo resulta más difícil de justificar cuando se hace a toda la ciudadanía en una situación relativamente normal, de vida cotidiana. Unidad entonces significa callarse desacuerdos –dentro o fuera del status quo- para no dar armas al enemigo. En consecuencia, significa también la hibernación del estado de cosas imperante. Y, desde luego, implica estar unido a gente a la que uno desearía no tener que unirse nunca.

Recuerdo a Fidel, en algún discurso, rechazando el concepto de un pueblo desunido, atomizado. Desde mi punto de vista, a un montón de países atomizados parece irles bastante mejor que a nosotros. De hecho, lo que yo rechazo es el concepto de un pueblo artificialmente unido durante varias generaciones. Más allá de algunas obviedades –nacionalidad, lengua, filiaciones deportivas- hay bastante poco en común entre la cosmovisión de un dirigente de cierto nivel, un cantante y un taxista particular. Esas diferencias se anulan en una trinchera, donde el soldado a tu lado puede ser, de civil, un científico, el otro un ejecutivo y el de más allá un vendedor de pizzas caseras, pero son visibles y tienden a crecer en tiempo de paz. Por jodidos que sean los tiempos de paz, no se les puede concebir con la lógica de la trinchera, entre otras cosas porque tampoco son igual de jodidos para todos. Claro que muchos dirigentes, ejecutivos y taxistas compartirán determinada posición política, pero no todos los dirigentes, todos los ejecutivos y todos los taxistas.

Un país es una convención sostenida sobre un mínimo de reglas y contratos. Es, y debe ser, diverso, variopinto y contradictorio. En Martín H, el personaje de Federico Luppi preguntaba a su hijo algo como esto: ¿qué tiene en común conmigo el tipo que vive en la otra cuadra, en una ciudad del interior? O, si nos vamos al viejo cuento, en verdad existe el Lobo, y puede asomar su oreja peluda y entonces habrá que defenderse y expulsarlo, pero entretanto el número de pastores, harto de vivir entre privaciones y con los nervios tensos, se ha reducido a la mitad.

Después de todo este tiempo, la gente está más desunida que nunca a nivel de barrio, a nivel de empresa, incluso a nivel familiar. Desunidos en criterio político, desunidos en aspiraciones y porcentajes de fe. No se trata de hacer oficial el sálvese quien pueda, sino de revisar una retórica hueca y al vacío. No de regañar al pueblo, sino de ofrecerle un país atractivo.