Por: JorgeGómez Barata
A partir de los
entendimientos con los papas, tres de los cuales han visitado el país, el
reencuentro con la Iglesia Católica y otras denominaciones, así como el
reconocimiento del papel de la fe en la vida social, el liderazgo cubano tiene
la oportunidad de cuadrar el círculo y hacer lo que ningún país socialista
hizo: conciliar el marxismo y el cristianismo. No se trata de hacerlo a nivel
filosófico o retórico, sino en términos de poder y diseño del sistema político
en los marcos de un estado laico, lo cual favorece el protagonismo de la
sociedad civil.
Ese curso comenzó
a gestarse en los años setenta, cuando Fidel Castro exteriorizó un pensamiento
que enfocó positivamente la idea, no solo de la convivencia, sino incluso de la
cooperación, dando inicio a un paulatino acercamiento a la Iglesia Católica y
otras denominaciones, principalmente protestantes.
En reuniones con
jerarquías y autoridades religiosas en Chile, Jamaica y Cuba, así como en
pronunciamientos contenidos en textos y entrevistas, a lo largo de los años
ochenta se crearon premisas a las cuales, tanto el Vaticano como la Iglesia
Católica local respondieron positivamente. Muestra de ello fueron las
conclusiones del Encuentro Nacional Eclesial Cubano efectuado en 1986.
Aquel rumbo fue
acelerado por la crisis del socialismo y la desaparición de la Unión Soviética,
que no solo mostró lo errado de ciertas concepciones filosóficas y la
inconsistencia teórica de algunos postulados, sino que condujo a
rectificaciones políticas e institucionales. En 1992 se realizó la reforma
constitucional, que convirtió en laico el estado, suprimió el ateísmo como doctrina
oficial, y eliminó toda forma de discriminación por motivos religiosos. El
partido y la juventud comunista también adoptaron esa posición.
No sin
desencuentros circunstanciales, las nuevas posibilidades fueron aprovechadas
por las instituciones religiosas y los laicos para reivindicar su papel y
ocupar espacios en la actividad social. En noviembre de 1996, Fidel Castro fue
recibido por el papa Juan Pablo II en el Vaticano, y estuvo presente en la misa
que éste oficiara durante su visita a Cuba en 1998.
Desde su acceso a
la presidencia, Raúl Castro ha alentado esos procesos que han sido favorecidos
por la jerarquía eclesiástica cubana, en especial por el cardenal Jaime Ortega,
que ha desempeñado un papel relevante en los avances registrados.
Al reencuentro de
la Iglesia y la Revolución contribuye la tradición de los movimientos y
organizaciones laicas, que en el pasado desempeñaron un papel de cierta
relevancia en el quehacer político nacional. Pocas veces se recuerda que fue la
Asociación Católica Universitaria (ACU), la que en 1956-1957, mediante la
Encuesta de Trabajadores Agrícolas, reveló la trágica situación del campesinado
y los 350 000 trabajadores agrícolas, que con sus familias ascendían a 2, 100
000 personas. Por esa época se constituyó el partido Liberación Radical,
primero de inspiración católica y definida posición nacionalista y anti
batistiana fundado en Cuba.
La guinda en el
pastel de un desempeño sepultado por décadas de desencuentro, hostilidad y
promoción del ateísmo, fue la presencia de fieles y activistas religiosos en la
lucha de la Sierra Maestra y la clandestinidad, que tuvo figuras emblemáticas
como Frank País, José Antonio Echevarría, y el cura Guillermo Sardiñas, quién
ostentó sobre su sotana verde olivo, los grados de comandante del Ejército
Rebelde.
En conjunto ese
proceso es favorecido por las reformas en marcha en la Isla, que introducen una
economía mixta, moderan el papel del estado en la vida, e ineludiblemente
avanzarán en la democratización de las instituciones y la vida nacional,
abriendo espacios a entidades de la sociedad civil, entre ellas las iglesias.
En esos contextos son inevitables las reformulaciones teóricas y filosóficas.
Tal vez sin
renunciar a la idea de la lucha de clases, ni a las bases de la Doctrina Social
de la Iglesia, la opción política vigente en Cuba pueda ser compatible con la
acción social de las iglesias. El camino es largo, pero ya no parece tan
difícil. Cuando se alega que el papa es revolucionario es posible acatar su
liderazgo. En cualquier caso, tiempo al tiempo y apoyo a las reformas. Lo demás
llegará. Allá nos vemos.