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lunes, 30 de mayo de 2016

Aprender de los que lucharon por el bien de todos

Por: Rolando López del Amo

Desde antes del  triunfo de enero de 1959 la revolución cubana tuvo que sufrir la hostilidad de los círculos imperialistas de los EEUU.

Para enfrentar con éxito a la mayor potencia conocida en la historia humana, nuestra pequeña nación tuvo que convertirse en una trinchera.

Nuestra república se vio obligada a organizarse como un campamento militar que asumió la tradición espartana que le indicaba a sus soldados: con el escudo o sobre el escudo. Dicho en forma contemporánea: patria o muerte. A la que añadimos, con optimismo revolucionario, la consigna de Venceremos. Y así, repitiendo patria o muerte, venceremos, fuimos salvando a la patria de todas las agresiones y la ampliamos a otras geografías hermanas y fuimos venciendo. 


En octubre de 1962, cuando la crisis de los misiles, hicimos lo que los habitantes de la república romana hacían en casos de grave peligro: dar plenos poderes al mejor de sus jefes. Fue entonces que nació la consigna de Comandante en Jefe,  Ordene. Pero como el peligro siguió, como las circunstancias extraordinarias no cesaron, se mantuvo la necesidad de
esa conducta. 

Era cómodo tener un líder que se ocupara de todo y de todos. Le transferimos nuestras responsabilidades y decisiones. Felizmente, la calidad humana y la genialidad política y militar del Comandante en Jefe nos permitió resistir contra todos los pronósticos, especialmente después de la desaparición de la Unión Soviética, cosa prevista por él. 

Desde temprano Fidel había llegado a la conclusión de que la historia recogía muchos casos de gente que había abusado del poder, pero pocos que lo hubieran utilizado con moderación. Y él quiso ser de los últimos.

Aún en medio de tanta hostilidad y agresiones repetidas, el país trató de organizar la nueva república, con su Carta Magna y sus instituciones elegidas por la población. Pero el hábito del campamento no desapareció, incluyendo la economía. Y aquí todos olvidamos la advertencia de Martí a Máximo Gómez de que un pueblo no se funda como se manda un campamento. 

Cuando complejas circunstancias de salud imposibilitaban al Comandante en Jefe continuar con la carga que le habíamos impuesto, decidió decirlo públicamente y pasar el mando a quien correspondía por razones legales e históricas.

El nuevo máximo dirigente del país, lo primero que estableció fue que 
sólo había un Comandante en Jefe, el que se retiraba. Así se inició un estilo de una dirección más colectiva basada en las instituciones creadas y un camino de actualización de nuestra sociedad.
Estamos en un período de transición del campamento a la nueva república nacida de él, pues todavía las estructuras de campamento se mantienen hasta en la economía.

Actualizar quiere decir cambiar; pero el cambio no puede ir en una dirección contraria a los intereses del pueblo, a la revolución de los humildes para los humildes, a la justicia más plena de una sociedad con todos y para el bien de todos ya planteada por Martí desde el siglo XIX.

El padre de la primera revolución socialista triunfante en el mundo dejó esclarecido, desde los primeros tiempos del ejercicio del poder del Estado, que la  nueva gobernación obrero-campesina, tenía que ser, cuando menos, tan eficiente como los capitalistas. Así, insistió en estudiar y aplicar  las experiencias más avanzadas de la época para el aumento de la productividad y advirtió que si las cosas no se hacían bien las masas perderían el entusiasmo y la confianza en las nuevas administraciones y añorarían el saber hacer de los capitalistas.  Conociendo que sin base económica eficiente no hay socialismo posible, Lenin lanzó el reto de la Nueva Política Económica.

La justeza de las ideas debe demostrarse en la práctica. 

Salvando las distancias en tiempo y en espacio y ajustándose cada cual a sus condiciones nacionales específicas, los partidos comunistas en el poder en China, Vietnam y ahora Cuba, han comprobado la validez del pensamiento leninista al respecto. Estas nuevas políticas económicas están llenas de retos y complejidades. Son caminos nuevos que requieren una conducción inteligente, flexible en lo táctico y firme en lo estratégico, con objetivos y fines bien concientizados para no ser tragados por el océano de capitalismo imperialista que nos rodea y seguir enarbolando, victoriosamente, las banderas de la libertad, la igualdad y la fraternidad que fueron arrebatadas al pueblo trabajador por los nuevos poderosos aliados a los viejos. 

La brújula práctica es la justicia social, el que las cosas se hagan con todos y para el bien de todos, no solamente en las palabras, sino en la realidad cotidiana.

Para ello se necesita una amplia participación popular en la economía y en la política. Que quienes ejerzan funciones de gobierno y administración estén sometidos a constante escrutinio y rendición de cuentas.

Se trata de validar aquello que nuestro Maestro decía:  El gobierno es un encargo popular; dalo el pueblo; a su satisfacción debe ejercerse; debe consultarse su voluntad, según sus aspiraciones, oír su voz necesitada, no volver nunca el poder recibido contra las confiadas manos que nos lo dieron y que son únicas dueñas suyas (6-264) 

El gobierno de los hombres es la misión más alta del ser humano, y sólo debe fiarse a quien ame a los hombres y entienda su naturaleza (10-449)

Fuera de pensamiento está que el gobernante no viene a la Presidencia para crear, con los dineros de la nación, beneficio a sus relacionados y clientes, ni para dar a su pueblo la forma que a él le place. (13-107)

No se debe poner mano ligera en las cosas en que va envuelta la vida de los hombres. La vida humana es una ciencia; y hay que estudiar en la raíz y en los datos especiales cada aspecto de ella. No basta ser generoso para ser reformador. Es indispensable no ser ignorante. El generoso azuza; pero sólo el sabio resuelve. El mejor sabio es el que conoce los hechos (11-158)

Viene bien que el que ejerza el poder sepa que lo tiene por merced y por encargo de su pueblo, como una honra que se le tributa y no como un derecho de que goza (14-369)

Entre las observaciones que Martí nos dejó como patrimonio invaluable para nuestros hombres públicos podemos citar las siguientes: La garantía de las repúblicas está en la cantidad numerosa de voluntades que entran en su gobierno (14-59)

La voluntad de todos, pacíficamente expresada: he aquí el germen generador de las repúblicas (8-54)
Y esa sociedad, por su contenido, debería ser así: En vez de un estado social donde unos cuantos hombres excepcionales se levanten por sobre turbas cada día más infelices, ¿no es licito procurar, conservando en su plenitud los estímulos y el arbitrio propio del hombre, un estado donde, distribuyendo equitativamente los productos naturales de la asociación, puedan los hombres que trabajan vivir con descanso y decoro de su labor? (11-283)

El deber de remediar la miseria innecesaria es un deber del Estado (9-459)

En una sociedad, el de más condición es el que mejor la sirve 2-5)

Siempre podremos encontrar, en Lenin como en Martí, el pensamiento acertado para el difícil  encargo de lograr una sociedad justa y por lo tanto, equitativa, en la que se premie el esfuerzo y la virtud, en la que los hombres se sientan comprometidos con el todo que garantiza su  parte de él.
Cuba vive hoy una oportunidad que no debe desaprovechar .

Economía, política y ética, adecuadamente unidas, pueden formar un triángulo equilátero con base y costados sólidos que se refuerzan entre sí y ninguno puede prescindir de los otros.