Por: Jorge Gómez Barata
A diferencia de
otras criaturas poseedoras de colmillos, garras, y fuerza descomunal, los
humanos no son naturalmente letales, no matan por instinto, ni tienen necesidad
de hacerlo para alimentarse o proteger a su prole. No fueron creados con esos
atributos ni los desarrollaron, porque no los necesitan. Sin embargo, se les
dotó de la capacidad para amar y odiar, y del talento y las habilidades para
crear instrumentos que multiplican hasta el infinito sus fuerzas. Se trata de
las armas.
Desde tiempos
inmemoriales las armas se asocian al poder, la codicia y la política, la
dictadura y la opresión. El más aberrante resultado de ellas es la guerra, en
las cuales los hombres se matan unos a otros, y quienes más daños causan obtienen
las victorias y son loados como héroes. Vinculadas a los prejuicios, las armas
sirven para cometer crímenes de odio.
Los delitos de odio
se asocian a agresiones, actos de discriminación, o ataques a individuos,
grupos sociales, o entidades por razones de raza, etnia, nacionalidad,
creencias religiosas, identidad de género, discapacidad, edad u otras basadas
en prejuicios. Quienes cometen tales delitos no obtienen con ellos beneficio
alguno, muchas veces ni siquiera conocen a sus víctimas.
Estos delitos se sustentan en convicciones y recelos
ideológicos, cuya promoción contradictoriamente suele ser protegida por leyes destinadas
a salvaguardar la libertad de expresión. El ejemplo más conocido es la Primera
Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos. Una persona puede ser condenada
por incurrir en delitos de odio, pero no por promoverlos o incitar a hacerlo. Ante
las críticas, racistas, homofóbicos, misóginos, invocan las libertades de
expresión y culto.
El
reconocimiento de los delitos de odio en los Estados Unidos es un fenómeno
reciente. En 2009, después de un debate de
alrededor de cuarenta años, fue aprobada la ley de “Prevención de Delitos por Odio Matthew
Shepard”, en cuya defensa el entonces Secretario de Justicia, Eric H. Holder,
subrayó: “…Este es el momento para proveer justicia a víctimas de la
violencia motivada por el prejuicio, y redoblar nuestros esfuerzos para
proteger a nuestras comunidades contra la violencia basada en el fanatismo y la
discriminación”.
Aún con esta ley se avanza poco en
la prevención y erradicación de los delitos de odio, entre otras cosas debido a
que es difícil moderar los discursos racistas, xenófobos, y extremistas, que
suelen ampararse en la libertad de expresión, y no ha sido posible establecer
controles eficaces respecto al acceso a las armas de fuego, porque algunos círculos del establishment y
poderosos lobistas, presentan el texto de la Segunda Enmienda a la Constitución
como si se tratara de las Sagradas Escrituras, y no parte de un documento legal
perfectible, enmendado en 26 ocasiones.
El hecho de que los fundadores de los Estados Unidos vivieran
dispersos y aislados en inmensos territorios, donde eran asediados por enormes
peligros, y estuvieran obligados a garantizar por ellos mismos y con sus
propias armas su seguridad, explica que inscribieran en la Constitución el
derecho a poseer armas. Obviamente ello no significa que se trate de una
necesidad vigente por toda la eternidad, ni que sea necesario ejercerla del
modo como ahora se hace.
En 1791 cuando fue introducida
la Segunda Enmienda, en la cual se establece el derecho a poseer armas, no existían las fuerzas armadas de los Estados Unidos, ni
los cuerpos de policía local y federales, no se había fundado ninguna agencia
de seguridad. Entonces además de primitivas y poco letales, las armas eran
escasas. La era del Winchester y el Colt estaba a más de cien años.
Al
pronunciarse al respecto, el presidente Barack Obama empleó las palabras
exactas: terror y odio, fenómenos particularmente intensos a lo interno de los
Estados Unidos, y practicados contra ellos desde el extranjero.
Los primeros, con razón o sin ella, son atribuidos a procesos históricos, y los
segundos parecen ser resultados del desempeño político.
Tal y
como se perciben en la coyuntura interna de los Estados Unidos, donde el
presidente Barack Obama, genuinamente interesado en establecer controles sobre
la tenencia de armas no pudo avanzar, tampoco cerrar la prisión de Guantánamo,
es difícil realizar pronósticos optimistas. Es lamentable, pero los crímenes de
odio aumentan en lugar de disminuir, y el terrorismo internacional recuerda a una
hidra difícil de decapitar. Allá nos vemos.