Por: Jorge Gómez Barata
En Cuba no se necesita una revolución porque ya la hubo. Lo mismo ocurre en la mayoría de los países europeos y de América Latina, Rusia, China, Japón y en casi todo
el mundo. Tampoco se requiere de la contrarrevolución, que es siempre un movimiento restaurador, apuesta al pasado, genera violencia, e intenta dar marcha atrás a la historia. Obviamente el conservadurismo inmovilista, refractario a las mutaciones económicas,
políticas, y sociales pertinentes no es tampoco una opción “Revolución -ha dicho Fidel Castro- es sentido del momento histórico”. Un resultado de períodos críticos cuando las fuerzas sociales avanzadas, formadas casi siempre
por “minorías excelentes” y las masas reaccionan ante la opresión, desbordan los cánones tradicionales, promueven cambios estructurales y sociales, y suelen desatar fuerzas que, al ser confrontadas, tienden a radicalizarse e ir más allá, y más de prisa que
lo originalmente calculado.
Las revoluciones políticas y sociales ocurren cuando la evolución falla, y los procesos institucionales promotores del progreso son interrumpidos por actos ilegítimos,
como los golpes de estado y las dictaduras. Por su excepcionalidad y su capacidad para trascender fronteras y épocas, las revoluciones son realmente pocas. No hubo ninguna en el mundo antiguo, tampoco en la esclavitud, ni en los mil años que duró el feudalismo
europeo.
Las grandes revoluciones sociales son resultados de la ilustración, de la elevación del protagonismo de las mayorías populares, e invariablemente se han realizado en
nombre de la democracia y para instaurarla o restaurarla, nunca para hacer lo contrario.
Las revoluciones modernas comenzaron en Norteamérica (1776) y en Francia en 1789. No hubo otra hasta 120 años después, cuando se desató en México y luego en Rusia, en
los años treinta en China y después en Cuba.
En el siglo XXI varios países latinoamericanos han desplegado grandes movimientos políticos liderados por una nueva izquierda que, utilizando los mecanismos institucionales
del sistema establecido y actuando en sus límites, sin promover formulas extremas, impulsan cambios que, sin transformar de raíz las estructuras económicas y políticas, avanzan entronizando la justicia social, a fin de liquidar la pobreza, acabar con la exclusión
y la discriminación, profundizar la democracia y la participación social y promover el progreso con equidad.
Estos líderes innovadores y renovadores, promotores de reformas que contribuyen a perfeccionar los sistemas políticos y los modelos económicos existentes, y a cambiar
lo que debe ser cambiado, son los que se necesitan en todas partes. Ser revolucionario es ser contemporáneo con el presente y apostar por el futuro, renovándose constantemente aprovechando todas las oportunidades.
En Cuba la misma generación revolucionaria que promovió los trascendentales cambios políticos que condujeron a la instauración del socialismo, promueve los que actualizan
el modelo económico y conducirán al perfeccionamiento del sistema político en Cuba.
Apoyar esos cambios, auspiciar su profundización, reformar leyes y prácticas para poner fin al bloqueo estadounidense, hacer viable la inversión extranjera, abrirse al
mundo para asimilar lo más avanzado, y promover el progreso y la elevación del nivel de vida del pueblo, es uno de los modos posibles de ser revolucionario. También lo son quienes alertan acerca de los peligros que conllevan las reformas económicas, las aperturas
políticas, y los intercambios culturales, y los que llaman a evitar la improvisación e impedir la ingenuidad.
El reformismo es una corriente reaccionaria cuando en coyunturas históricas especificas trata de mediatizar, cooptar, o paralizar los cambios revolucionarios, pero es
una alternativa positiva cuando promueve innovaciones en la dirección de perfeccionar lo existente y, aunque sea con pequeños pasos y con moderación, avanzar en la dirección correcta. De ese modo los promotores de reformas se integran a las corrientes avanzadas,
y no hay razones para, de modo extemporáneo, confrontarlos con la Revolución. Allá nos vemos.
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⃰El titulo corresponde a una idea expresada por el presidente de Ecuador Rafael Correa, uno de los más eficaces gobernantes y lucidos líderes políticos del mundo de hoy.