Por: Jorge Gómez Barata
Dos mil años no han sido suficientes para establecer la verdad de que sin perder universalidad, originalmente, el cristianismo, el catolicismo, la Iglesia y el mismísimo Jesucristo pertenecen al Tercer Mundo.
Por designios divinos, el hijo de Dios nació palestino, cosa que también eran su padre, su madre y sus primeros seguidores y, por conveniencias políticas el imperio romano mediante los emperadores Constantino (315) y Teodosio (380) adoptaron la fe del Nazareno, la oficializaron, la convirtieron en religión de Estado, la secuestraron y la llevaron a Roma desde donde se expandió por Europa que con el colonialismo la reimportó a sus dominios.
El catolicismo llegó al Nuevo Mundo con Cristóbal Colón y se estableció con la ocupación. Entró por el Caribe a las Américas; Santo Domingo y Cuba fueron las primeras paradas. En La Española está la Catedral Primada de América y en la isla socialista se conserva la más antigua reliquia católica del hemisferio: una humilde cruz de parra plantada por el Almirante a la entrada del Puerto Santo el 1 de diciembre de 1492 y que como Patrimonio de la Humanidad se guarda en la iglesia de Nuestra Asunción de Baracoa, primera villa fundada en Cuba.
Así, de la mano de los conquistadores y luego de los oligarcas, en una asociación regida por conveniencias mutuas (evangelización y poder), comenzó la iglesia católica su andadura latinoamericana donde adquirió un perfil reaccionario y una enorme deuda social y política. En respuesta el movimiento liberador y luego la izquierda, se ubicaron en la otra orilla y fueron masones, agnósticos, anticlericales y por último ateos. La connivencia cómplice, el desencuentro y la tolerancia mutua son momentos de una noria que a veces parece interminable.
Históricamente la Iglesia y la izquierda han sido mutuamente refractarias. A los curas y obispos conservadores todo lo progresista les parece ateo y a los socialistas cualquier hábito, sotana o clergyman les resulta sospechoso. Ser de izquierda, aun cuando se es religioso casi siempre equivale a ser anticlerical, a la vez que invocar la fe para establecer la justicia suele ser rechazado. Algunos prohombres de uno y otro bando trataron de resolver el entuerto: Las Casas fue el primero y Hugo Chávez el más reciente y aunque algo se ha avanzado no es lo suficiente para limar gruesas asperezas.
Los jesuitas son otra cosa, una especie de “segunda oportunidad”: no nacieron en Palestina sino en Roma no los fundó Jesucristo sino San Ignacio de Loyola y no llegaron a América comprometidos con la ocupación sino como portadores de una forma de evangelización blanda basada en la predicación y la ilustración. Por su sumisión al papa (cuarto voto) y por su actitud ante el saber que los hizo liberales, los monarcas europeos los expulsaron de sus países y dominios de ultramar.
Por conocer parte de esas historias, hace tiempo dejaron de extrañarme las desavenencias de la iglesia con el socialismo, incluso con Fidel Castro (según Hugo Chávez “católico en lo social”) y con un predicador de la buena nueva y de la palabra de Dios incorporada a avanzado discurso político cristiano por su forma y socialista por su contenido como lo fue la prédica del finado líder bolivariano.
No me asombra ni me preocupa que el cardenal y ahora papa Jorge Mario Bergoglio no se comportara con la altura que la izquierda estima correcta durante las dictaduras que oprimieron su país, como tampoco me asombran sus diferencias con Néstor y CFK. Es más de lo mismo, momentos de un contradictorio y complejo devenir en el cual hay pocos libres de pecados. Lo importante ahora, cuando con un papa latinoamericano y jesuita aparece una oportunidad es decidir: ¿Embarcamos o arrojamos lastre? La posición es electiva.
En la andadura histórica hay una “política pequeña” que ahora se ejercita frente y probablemente contra Bergoglio que por ser argentino y no europeo, provenir del mundo donde todos los días se mira de frente a la pobreza y la injusticia, desde Roma pudiera trabajar para introducir cambios en la Iglesia. Él no la hará socialista pero bastaría con que la hiciera menos distante y la aproximara a su raíz; tampoco los de izquierda tenemos que convertirnos basta con, aunque sea “por ahora”, envainar la espada.
Los que tanto hemos esperado pudiéramos reprimir ansiedades y dar papa al tiempo. Francisco no nos devolverá la iglesia que secuestraron Constantino y Teodosio y los imperios pero, tal vez adelante un tramo o muestre un camino. Luego les cuento más del apasionante episodio que ha comenzado. Allá nos vemos.
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