Por: Jorge Gómez Barata
El bloqueo económico, comercial, financiero y cultural norteamericano a Cuba y sus proyecciones internacionales, sostenidas por más de medio siglo, involucraron prácticamente a la totalidad de las instituciones del establishment y a los líderes del país en los últimos cincuenta años.
Esa política, completada con las presiones políticas, militares, académicas y culturales se proyectó sobre todas las esferas de la vida social cubana, configurando una tragedia nacional. Un hombre de setenta años me dijo: “Yo, mis padres, mis hijos y los hijos de ellos, hemos vivido bajo el bloqueo”. Además de otros rubros, el costo humano es inconmensurable.
Sin esperar a desmontar el entramado de las leyes y disposiciones que conforman el bloqueo a Cuba, mediante acciones ejecutivas, el presidente Obama ha comenzado a desmembrar esa abarcadora política. En Cuba, como parte de las reformas en curso, se adoptan medidas que la favorecen.
Apenas asomado el proyecto que haría a Cuba y Estados Unidos retornar a la normalidad en las relaciones de todo tipo, aparecen empresarios con propuestas de inversiones, agricultores interesados en colocar sus productos, comerciantes empeñados en importar desde Cuba, y grandes firmas de telecomunicaciones, aviación y transporte marítimo que procuran licencias, y se declaran listas para iniciar operaciones de inmediato.
En rápida sucesión, arriban a La Habana ministros, gobernadores, congresistas, científicos, hombres de negocios y banqueros, entre ellos, el secretario de estado John Kerry y la secretaria de comercio Penny Pritzker. Especial presencia tienen las figuras de la cultura y el espectáculo: músicos, pintores, cineastas, coros y orquestas, compañías de teatro, cuerpos de bailes y solistas, dramaturgos, intérpretes y escritores norteamericanos que contribuyen a que la ciudad recobre el glamour que hizo de ella una leyenda.
La Habana Elegante renace poblándose de restaurantes y centros recreativos privados y estatales. En las calles se percibe la presencia norteamericana en una ciudad, que de un día para otro, se ha llenado de convertibles, en realidad autos norteamericanos fabricados entre 1948 y 1959, a los cuales se les retira el techo para que los nuevos turistas paseen, tomen sol, fotografíen y filmen la ciudad.
Aunque desde hace 20 años aparecieron en los mercados cubanos (en divisas) productos elaborados en occidente, incluso algunos norteamericanos, y en la televisión se exhiben filmes de ficción y documentales científicos de firmas y autores estadounidenses, se ha avanzado poco en la apertura informativa.
La Habana es la única ciudad de occidente y de las pocas en el mundo en la cual, desde hace más de veinte años, no circulan publicaciones extranjeras (las últimas fueron las soviéticas Sputnik y Novedades de Moscú), y aparte de TELESUR, visible durante algunas horas al día, no es posible sintonizar canales de televisión de Estados Unidos, México y otros países, excepto que se cuente con antenas satelitales.
Aunque todavía puede parecer una quimera y seguramente habrá quienes, alegando preocupaciones y prejuicios ideológicos, presenten objeciones; como parte de la normalización y de la apertura asociada a las reformas en curso, es pertinente incrementar la presencia sistemática de medios de difusión extranjeros, principalmente periódicos, revistas, y espacios de televisión, asequibles a todos los ciudadanos.
Previa negociación y entendidos, sería posible abrir el espectro radioeléctrico a señales de televisión de Estados Unidos, México y otros países del área, o a grandes plantas internacionales. De ese modo el público cubano tendría acceso a más fuentes de información, y el gobierno norteamericano menos excusas para tratar de ingresar clandestinamente, como ahora hace la llamada Televisión Martí.
No hay dudas de que la cultura, la información y la apertura a la diversidad de enfoques, son elementos de progreso y componentes esenciales de la normalización, no solo con Estados Unidos, sino con el mundo, que también deberá abrir espacios a sus similares cubanas.
Si bien es cierto que la flexibilización informativa comporta riesgos, nunca serán mayores que los ocasionados por el aislamiento y la ignorancia. Allá nos vemos.