Por: Jorge Gómez Barata
El primer paso para solucionar un diferendo político es reconocer su
existencia y asumir que el diálogo y la negociación son las vías para
solucionarlo. Es lo que acaba de hacer el presidente Obama respecto a la reclamación
de Cuba sobre la base naval de Guantánamo al afirmar: “No hay dudas de que les encantaría tener Guantánamo
de vuelta. Imagino que será una larga discusión diplomática que se
extenderá más allá de mi administración…” (GRANMA. 16 de diciembre de 2015)
Hasta ahora, ningún presidente norteamericano
había acogido la demanda cubana ni mencionado la posibilidad de una negociación
diplomática al respecto. Se trata de otro paso en la dirección correcta.
Sin otra alternativa, en 1903, Tomás Estrada
Palma, el primer presidente cubano, firmó el acuerdo por el cual se concedió a Estados
Unidos facilidades para la instalación de la base naval de Guantánamo. Ninguno
de los 18 presidentes cubanos del período republicano sugirió nunca modificar ese
status. No ocurrió así respecto a otras bases militares estadounidenses en la Isla.
En julio de 1941, la II Reunión de Cancilleres de las Repúblicas Americanas
efectuada en La Habana, acordó que: “La agresión contra cualquier estado
americano sería una agresión contra todos…” A tenor con lo pactado, el 9 de
diciembre del propio año, dos días después del ataque contra Pearl Harbor, Cuba
declaró la guerra a Japón y el 11 a Alemania.
En 18 de junio de 1942 los gobiernos de Cuba y Estados
Unidos firmaron un acuerdo que puso a disposición del mando militar
norteamericano las áreas solicitadas para la construcción de bases aéreas. El
compromiso fue que las instalaciones serían devueltas a la Isla seis meses
después de concluida la contienda.
En breves plazos, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de
los Estados Unidos construyó dos grandes bases aéreas en San Antonio de los
Baños, en las inmediaciones de La Habana y en San Julián, Pinar del rio, a unos
doscientos kilómetros de la capital cubana.
Durante la guerra las instalaciones sirvieron de base a
unidades aéreas norteamericanas y se utilizaron como escala de vuelos militares
y para el entrenamiento de pilotos y tripulaciones, entre ellos de uno de los
escuadrones creados para el bombardeo atómico sobre Japón.
Concluida la guerra y ante la demora en la devolución de las
instalaciones, un año después de concluida la guerra, el ministro de relaciones
exteriores del gobierno cubano, entonces presidido por Ramón Grau San Martín, declaró
que: “El gobierno de Norteamérica no ha cumplido el compromiso de entregar las
bases”. En el Senado de la República, el Partido Socialista Popular presentó
una moción de apoyo al gobierno a la cual se sumaron diferentes sectores
sociales.
Finalmente, aquel mismo año el gobierno de Estados Unidos
devolvió oficialmente las bases a Cuba, gesto que entonces fue ponderado como
expresión de la política de “Buena vecindad” que había impulsado el fallecido presidente Franklin D.
Roosevelt.
Aunque desde 1959 Cuba ha reiterado su demanda acerca de la
devolución de la base naval de Guantánamo y denunciado como ilegal su
presencia, la confrontación entre ambos países, la incomunicación y la ausencia
de relaciones diplomáticas, han impedido
que el asunto fuera colocado en una agenda oficial y examinado por ambos países
en las instancias y al nivel correspondiente.
Actualmente, a partir de la decisión del presidente
norteamericano de modificar la política
hacia la isla y de avanzar en la normalización de las relaciones, incluso de
trabajar para poner fin al bloqueo, cometidos en los cuales también se empeña
la diplomacia cubana, crea las condiciones para inscribir la cuestión de la
devolución de la base naval de Guantánamo en las negociaciones entre ambos
países e iniciar un diálogo al respecto.
Probablemente tenga razón el presidente Obama al sugerir que
se tratará de una negociación difícil. El primer paso que es reconocer su
pertinencia está dado. Allá nos vemos.