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jueves, 27 de octubre de 2016

MÉXICO NO NECESITA UN MURO…

Por: Jorge Gómez Barata

México no necesita un muro en la frontera con Estados Unidos, sino dos: el primero para que nunca más entre Donald Trump y el segundo para que no salgan los políticos ineptos y corruptos, los gánsteres y traficantes que han infestado las instituciones, secuestrado la democracia y desnaturalizado el sistema político del país. 

Con toda probabilidad, Donald Trump nunca será presidente de los Estados Unidos y a Enrique Peña Nieto, que lo es de México, no le alcanzará la vida para limpiar su imagen de la vergüenza por haber recibido y honrado al político gringo que más profundamente ha ofendido al pueblo mexicano. Un presidente americano le quitó a México la mitad de su territorio, Trump intenta quitarles toda su dignidad. 


El muro que Trump insiste en construir y que para más humillación pretende que México pague y las millonarias deportaciones que tiene en mente, no son parte de una campaña política eventual, sino un crimen, equiparable a los cometidos por los conquistadores, con la salvedad de que aquellos improvisaron y el magnate estadounidense lo calcula fríamente. 

Los planes de Donald Trump respecto a los emigrantes son esencialmente racistas y xenófobos, no aluden a europeos o canadienses, sino a hispanos y asiáticos y sobre todo a mexicanos que no son peores que otros, pero cuyo número y capacidades comienzan a asustar a elementos facistoides de la política estadounidense que pugnan por llegar al poder. 

Al revés de lo que pregona Trump los hispanos, principalmente mexicanos, son un elemento positivo para la sociedad norteamericana. Tal como ocurrió en los tiempos de la fundación de los Estados Unidos, muchos emigrantes llegan a ese país con instrucción media o superior, dominan profesiones y conocen oficios y los que proceden del campo son excelentes y poco exigentes trabajadores manuales. 

La mayor parte de los emigrantes hispanos y mexicanos llegan jóvenes a los Estados Unidos, con ansias de superación, ambiciones personales y necesidad de progresar y de ayudar a sus familiares, por lo cual aprovechan al máximo las oportunidades que les ofrece el sistema escolar y los ámbitos laborales. 

Los emigrantes hispanos forman familias que, al menos en las primeras generaciones, debido a premisas culturales y tradiciones, se reproducen a ritmos mayores que los naturales del país y los llegados de Europa, contribuyendo a mantener equilibrios demográficos que hacen de Estados Unidos la nación desarrollada con mejor estructura etaria y de alguna manera, eternamente joven. 
No existe un solo dato ni argumento económico, demográfico o cultural que justifique las actitudes extremistas ante los emigrantes ni es verdad que peligra la condición del país. Si bien los nacidos en Estados Unidos de padres hispanos o asiáticos conservan ciertos afectos hacia la patria de sus mayores, crecen como estadunidenses, se integran a su sociedad, raras veces regresan definitivamente y disfrutan de la acogida del pueblo norteamericano. 

Los emigrantes, residentes y ciudadanos y sus descendientes son leales al país que los acoge o en que nacen, lo aman, le agradecen y lo defienden como el que más. Recuerdo la ocasión en que una joven periodista de la radio cubana entrevistó en La Habana al profesor Nicolás Ríos, un ser humano ejemplar y de una nunca desmentida cubanía, residente en Miami. 

̶ “Entonces ¿Usted es antinorteamericano?”  ̶ Preguntó ella.   
̶ “¡No! En todo caso antiimperialista que no es lo mismo. Me opongo al bloqueo y a las políticas de fuerza contra Cuba, con los mismos argumentos conque amo a Estados Unidos. No comparto lealtades, donde este las cultivo y las y las multiplico…” 

No hace falta hurgar demasiado para encontrar hispanos y mexicanos que honran más a Estados Unidos de lo que lo hace Donald Trump. Allá nos vemos. 
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Este artículo fue escrito para el diario mexicano ¡Por Esto! Al reproducirlo o citarlo, indicar esa fuente