Publicación Original en Cubano1er.Plano
En la política confundir deseos con realidades es fuente de frustraciones y de descredito. La indignación es un estado de ánimo, no una convicción ni una militancia, tampoco una definición.
Hasta el presente los europeos manifiestan indignación por como ha sido gestionado el sistema, un punto de vista crítico respecto a los operadores políticos que no saben cómo administrar la crisis y cuya incompetencia conduce a la pérdida de conquistas sociales asociadas a los “estados de bienestar” y no una posición ideológica anticapitalista.
Quien quiera hacerse ilusiones está en su derecho lo que no debiera ocurrir porque no es políticamente correcto es levantar falsas expectativas. No es así como caerá el imperio y Dios nos libre de que fuera a ocurrir de ese modo. Hace más de un siglo que la anarquía dejó de ser una opción válida y la espontaneidad fue descartada. Tal vez Marx tenía razón y ninguna sociedad desaparecerá hasta que no haya desarrollado todas las fuerzas productivas que caben en ella.
Lo que ocurre en Europa no es resultado de la evolución ideológica de las mayorías, ni siquiera del proletariado industrial, presuntamente la clase más consciente, sino una movilización de heterogéneas fuerzas sociales hasta ahora integradas al sistema y que recién descubren lo que muchos sabían y es que el esplendor de sus sociedades contiene elementos de ficción que la crisis ha revelado como insostenibles.
El derrumbe del socialismo real es acompañado ahora por el desplome del capitalismo presunto contenido en los “estado de bienestar”. Se trata de una reacción ante la demolición del mundo bonito en que hasta hace poco vivían que se sostenía en la especulación, no pagaba sus deudas ni cobraba impuestos a los ricos y que difícilmente pueda ser restablecido. No es que los gobernantes ahora no quieran comprar la paz social con dadivas como antes hicieron, es que no pueden. El estilo mullido de vida europeo es una baja directa y no un daño colateral.
Muchos de los que ridiculizaron al socialismo por repartir equitativamente la pobreza se encuentran ahora con que tampoco podía repartirse la riqueza que no existía. El empleo se contrae, los salarios bajan, las prestaciones se reducen y las oportunidades, incluyendo las de educarse y curarse son menores. Por primera vez los hijos vivirán peores que los padres y muchos, como en tiempos pretéritos tendrán que esperar para heredar coches y casas. Los emigrantes regresaran a casa y alguien recogerá los tomates y las patatas.
La burbuja estalló no por una crisis inmobiliaria ni cambiaria, tampoco por la contracción del crédito, ni por la especulación bursátil, sino por malformaciones estructurales y defectos genéticos con los cuales el capitalismo puedo crecer durante largas etapas pero no puede hacerlo eternamente. No se trata de políticas fiscales más o menos ineficaces, sino de un orden social y de un estilo de vida inviables.
Una sociedad que paga millones de euros a jovencitos por patear balones, un coche creado para durar 20 años se usa 12 meses, las damas compran vestidos para usarlo una noche, se desperdicia la cuarta parte de la comida y el 50 por ciento del alumbrado urbano es superfluo, no puede además proteger a los pobres, a los ancianos, a los niños y a los desempleados.
No recuerdo a españoles o griegos indignados ante la pompa ridícula y costosa de las olimpiadas de Barcelona o Atenas, no hay noticias de algún británico indignado porque en Londres se construyan fabulosas instalaciones cuya demolición comenzará el día después de la finalizada olimpiada. Hay algo peor: sudafricanos y brasileños en lugar de cambiar las reglas, las imitan para disfrutar su minuto de gloria y luego, en algún momento padecer la resaca.
Los europeos, en primer lugar los gobiernos pero también las empresas y los ciudadanos deben aceptar la evidencia: gastan demasiado, mucho más de lo que ingresan y la cuenta no da. El cobertor no alcanza para tanto y muchos sabían que al final la cuerda quebraría por el lado más débil.
Las cosas no ocurren así porque la burguesía decimonónica haya retomado el poder, sino porque lo perdieron los creadores de las sociedades de consumo y usufructo, llamados por Carlos Marx “capitalistas de dinero” que creyeron que el mundo podía diseñarse en los bancos, que el crédito podía preceder a la creación de valores y que la gente y los gobiernos, indefinidamente podían gastar más de lo que ganan.
La anécdota se cuenta de diversas maneras pero es simpática aquella que alude a un latinoamericano de a pie que se encuentra con un español de su misma condición e indignado la emprende a golpes con el infeliz.
— ¿Por qué lo hace paisano?
— ¡Porque estos tíos exterminaron a los aztecas y a los mayas!
—Es cierto pero eso ocurrió hace 500 años
— ¡Es que yo me acabo de enterar!
Los europeos acaban de enterarse que el capitalismo tiene un lado feo y se muestran perplejos e indignados aunque también los hay obedientes. En Wall Street también ocurren cosas. Luego les cuento.
La Habana, 12 de octubre de 2011